Vivir en Cuernavaca




No sabía dónde escribir esto, y recordé que tengo un blog. Un blog olvidado al que siempre prometo volver y nunca cumplo. Si ya saben cómo soy...

Durante las últimas semanas me he convencido más de algunas decisiones. Algunas malas decisiones que no me apena arrobar y de cuyas consecuencias estoy muy conciente. En particular, la decisión de vivir en Cuernavaca.

Escribo esto con un resfriado de perro ocasionado por los cambios bruscos de temperatura. Digo que vivo en Cuernavaca, pero saben muchos -y si no se enteran- que viajo constantemente a la Ciudad de México a estudiar y trabajar. Así, con los cambios de temperatura propios de la estación aunados a los del cambio de clima propios del bonito trayecto Cuernavaca-México-Cuernavaca, más un atorón en la carretera libre a las 2 a.m. con frío calante hasta los huesos, pues caí presa de la tos de perro, cuerpo cortado y ganas de no haber nacido.

Eso me busco yo. Lo sé. Y lo acepto.


¿Por qué seguir viviendo en Cuernavaca cuando todo sería más fácil si estuviera en el DF y ya? Esto me remonta a los años aquellos en los que yo solía migrar como exiliado y perseguido de mi infancia. Aquellos que hayan conocido este bodrio de blog hace diez años cuando los blogs eran populares (y no existía facebook) recordarán que constantemente platicaba sobre lo que significó para mí nunca tener un ligar fijo dónde crecer y echar raices. La lista de lugares donde la vida me llevó es amplia, disfruté y aprendí mucho de cada sitio donde estaba, de cada persona que conocía, y es innegable que todo ese bagaje de experiencias han moldeado el tipo de persona que soy. A pesar de las innumerables cosas positivas que pueda decir, siempre hubo un problema: nunca tuve la oportunidad de echar raices en ningún sitio.

¿De dónde eres, Pepe? 

Esa suele ser una de las preguntas más difíciles de contestar para mí. ¿Que significa ser de un lugar? Vaya, no es secreto a estas alturas que nací en el DF aunque lo haya renegado por eones, que viví intermitentemente en Puebla por muchos años, que pasé por Chihuahua, Cd. Juárez, Veracruz, Villahermosa, Corpus Christi y que finalmente mi familia se asentó en Cancún. Cuando llegamos allá por fin pude estar lo suficiente para generar lo más parecido a un vínculo de identidad y pertenencia, el cual me frustró de sobremanera cuando después me vine a estudiar a Cuernavaca. Tampoco es secreto que al principio aborrecía a la Eterna Primavera por su publicidad engañosa y por lo mucho que me hacía extrañar mi rinconcito tropical. Luego me fui a hacer la maestría a la maravillosa Philadelphia donde también me sentí como en casa, y después regresé a México y comencé una dinámica desastroza que involucraba ir y venir de Cuernavaca a Puebla todas las semanas, la que me terminó hartando y me orilló a tomar la decisión de asentarme en ambos lugares. Los últimos seis meses gracias a distintos factores me hicieron decidir quedarme de plano en Cuernavaca, con los traslados frecuentes y breves al DF, haciendo de la autopista México-Cuernavaca una suerte de oficina virtual donde termino de leer lo del día. No he ido a Puebla.

Yo, en un photoshop mal hecho que retrataba mi relación sentimental con la 
Ciudad de la Eterna Primavera durante el periodo que estudié la licenciatura.

¿De dónde eres, Pepe? ... Pues soy de donde se me pega la rechingada gana.

Los tres años que llevo radicando en Cuernavaca han sido unos años maravillosos. Aunque al principio renegué horriblemente, comencé a trabajar en muchas cosas. Gracias a los talleres de divulgación conocí buena parte del Estado de Morelos. He desarrollado varias facetas de mi vida profesional aquí, tengo amistades entrañables que quiero y admiro enormemente. 

Cuando entré al doctorado, con todas las cartas en mi contra (especialmente la limitación de no tener coche y el periodo de pobreza patrocinado por el trámite de beca CONACyT), me dije a mí mismo que este semestre sería una prueba para determinar, eventualmente, si me mudaba al DF o no. Ayer tomé mi decisión. Me quedo. 

Me quedo, porque las contingencias de mi vida siempre me han constreñido, de una u otra manera, a algún sitio. Cuando no fue que soy alérgico al DF y que me pueden llegar a matar niveles altos de smog -o respirarlos directamente, como aquella vez en el globo de México Mágico en Chapultepec, fue que mi familia se mudaba. Y cuando odiaba Cuernavaca, es porque no tenía otra opción: Genómicas está en el Campus Morelos si te gusta, y si no te chingas.

Nel. No se la dedico a nadie.


Creo que las unicas dos veces que he podido decidir concientemente dónde vivir son el año en Philadelphia y ésta. Philly es uno de los mejores años de mi repuñetera vida y lo disfruté como nadie puede imaginarse. Mi tutora de aquel entonces llegó a decir que mi experiencia epitomizaba lo que debía ser un estudiante extranjero en los yunaited. Este tiempo en Cuerna también me ha hecho muy feliz. Y creo que esta felicidad no radica en qué tan bonita, segura, conveniente o tranquila sea esta pobre tierra olvidada por la fortuna, sino porque es mi fucking decisión. 

Vivir en Cuernavaca es la primera decisión que he podido hacer en cuanto al tema. No me constriñe la falta de auto, ni la movilidad, ni las horribles consecuencias. Mi tos de perro no es nada en comparación con esa sensación de tranquilidad de que a pesar de tener que ir al DF, aún tengo una vida en este lugar. 

No sé si esto ya me haga acreedor de mi credencial de guayabo honorario, y no sé si soy de Cuernavaca o no. Pero por primera vez en mi miserable vida puedo decidir y lo hago aceptando los costos. No tendré un par de horas de sueño, me darán tres resfriados semestrales y siempre por las mismas razones, llegaré tarde a miles de reuniones y me perderé de muchos eventos, me costará mucho trabajo a ver a varias personas y quizá otras cosas que no recuerde ahora. Pero la alternativa me haría muy infeliz, verdaderamente. Si tomara la decisión de irme a México en este momento, sería constreñirme a la propia circunstancia de vida que en efecto yo mismo determiné, y al final me haría muy infeliz. Maldeciría el tráfico, odiaría a la gente y terminaría amargado y miserable. Y prefiero la gripa.

No pretendo que esto sea comprensible para nadie más. Para mí hace sentido.

Soy de donde se me pega la rechingada gana, y por el momento, se me pega la rechingada gana de ser de Cuernavaca. Por ahora. Ya después, la vida dirá.


Y si quieren verme, vengan.





Ahí nomás.

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