La mayoría de mis epifanías ocurren tras un evento que lo desencadena. Hace un par de meses hice un trámite vehicular que requería la tarjeta de circulación del coche, por lo que tuve que sacarla del coche y después olvidé ponerla de regreso en la guantera (estúpido Pepe despistado). Una semana después agarré carretera, sin tener consciencia de este detalle, hasta que vi que el coche que estaba enfrente de mí rebasó por línea continua al de adelante que resultó ser una patrulla. Tristemente para el de adelante, la patrulla se lo chingó (con debida razón) y yo tuve mi "epifanía". Verán, cuando veo una patrulla hago un recuento mental de todo lo que no debería de estar haciendo y de todo lo que debería hacer para evitar llamar su atención. Casi siempre, en carretera, es quitar la pezuña del acelerador, y ahí queda. En ciudad es poner las dos garras en el volante, o cosas así. En fin, lo que cualquier conductor hace cuando ve un perro mordelón: pasar desapercibido. Ese día, recordé que había dejado la tarjeta de circulación en mi escritorio (ahí se veía bonita, de veras) y que era un tarado olvidadizo. Así que no me quedó de otra que irme con el control de crucero (ese invento fantástico que libera tu pie del acelerador y mantiene la marcha a una velocidad constante) toda la pinche carretera.
Hace una semana, tuve otra revelación inducida por las luces rojas y azules. En mi repaso mental de todas las cosas que debería hacer (manos sobre volante, dejar la botella, "desocupar" las manos...) y las que no debería estar haciendo, recordé que algo debía ser renovado. La licencia. Verga peluda de ocho patas con tutú de ballet, que no me vean, que no me vean- pensé. Cuando llegué a mi destino revisé mi licencia y en efecto, estaba vencida. Mientras hacía el mandado al que había salido, pensaba en paralelo cuál era la ruta más desolada por la cuál podía agarrar camino de regreso. Y ya. Terminé, regresé, y pasé dos meses sin licencia.
¿Qué chingaos tiene de interesante la chocoaventura de las licencias? Pues nada, pero las licencias duran cinco años. Y el tipo que me miraba desde la foto de la tarjetita mamona esa no era el mismo que tiene epifanías pedorras en un semáforo. Ese de la foto simplemente no era yo. Es decir, sí era yo, no es que hubiera contratado a un doble hace cinco años para que hiciera el trámite por mí (aunque no dudaría ni tantito la posibilidad de contratar a un usurpador sustituto de mi persona para ir a hacer otro tipo de trámites que no requieran una foto mía, pero ese es otro tema). Pero el Pepe que se encontraba sentado tras el volante hace una semana y que hoy escribe no es el mismo que se sentó enfrente de una cámara tras tomar un examen de circulación pendejísimo hace cinco años para sacar la licencia. No lo digo por la obvia diferencia física: hace cinco años tenía una melenita tipo Daniela Romo, una barba de chivo que parecía el pubis de actriz porno en decadencia, y un par de kilitos de más (pero sólo un par)... Pero esa es sólo la coraza, y aunque el shock se acentúa con el contraste del exterior, lo realmente relevante es el cambio radical en la ardilla que gira dentro de mi cabeza.
Hace cinco años pensaba, decía, y hacía tantas cosas que hoy ni al caso (ni decir de hace diez años en mi último año de prepa, ho-rror); hace cinco años, venía a vomitar todas esas pendejadas a las Crónicas Desoladas de un Genómico Maldito, y claro, mantenía esta cosa actualizada (sí, disculparme por no escribir taaaaaan frecuentemente se ha vuelto un cliché monumental en mis entradas y me vale); hace cinco años tenía a muchas personas a mi alrededor que hoy me son francamente irrelevantes; hace cinco años era genómico maldito. Hoy, pienso, digo y hago de otro tipo de pendejadas, que quizá en cinco años me dé pena recordar; hoy conservo lo mejor de hace cinco años con amistades que añejan bien como vinos finos -no de los que se avinagran a los tres meses, y estoy rodeado personas distintas que me aportan otro tipo de lecciones; hoy soy medio genómico, medio maldito, y medio otras cosas que no sé que son pero me gustan (y sí, estoy conformado por tres mitades).
En fin. No me extenderé. Mejor seguiré evolucionando. Como pokemón.
Ahí nomás,
Pepe